Su poderosa imaginación le permitió pintar con igual soltura dramáticas representaciones de Cristo, series mitológicas -al parecer para cultivar el desnudo- o retratos por encargo, en los que suplía su a veces escaso interés con alegorías de lo más variopintas. Entre los muchos destinos que visitó (gracias a su labor diplomática), Italia le marcó para siempre, aprendiendo de los clásicos y acumulando pinturas sin parar entre las más de 300 obras que sumó como coleccionista y los más de 2.500 cuadros que llegó a firmar. Tan prolífico fue que cuando vio que las reproducciones de sus lienzos corrían como la pólvora sin repercutir en su bolsillo, empezó a supervisar a los mejores grabadores de la época para que reprodujeran sus pinturas, los mismos a los que la Biblioteca Nacional de España dedica desde hoy, Viernes 06 de noviembre de 2015, una exposición que nos acerca aún más al pintor favorito de Felipe IV y responsable de la eclosión del Barroco. (Petit) Homenaje a Rubens (en la ilustración), el príncipe de los pintores flamencos.

   Fruto del amor a prueba de balas entre María Pypelincks y Jan Rubens, el sexto y último hijo de la hermandad, Peter Paul Rubens, vino al mundo el 28 de junio de 1577, en Siegen (Alemania), y no en Amberes, la ciudad natal de la familia calvinista, por un “desliz” del padre con Ana de Sajonia -la esposa de Guillermo de Orange-, que le costó a toda la prole el destierro a la pequeña población situada a 80 km de la capital de Flandes. Sin embargo, tras la muerte de Jans Rubens en 1589 y a pesar de los consiguientes apuros económicos familiares, la madre decidió volver a Amberes donde el pequeño supo imponer su voluntad. Abandonó su destino como paje de una condesa, para empezar a formarse en talleres de pintura con tal soltura que, con 20 años, ya no necesitaría maestro alguno, y con 22, gracias a uno de sus mentores, Otto van Veen, cumpliría el sueño de muchos: viajar a Italia.

   Su primer destino fue Venecia, donde tuvo la suerte de ser recomendado al duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga, que rápidamente lo fichó como su pintor de corte, y como el mejor de los mecenas, le contagió de su pasión por el arte, nutriéndole de obras de Veronese, Tintoretto, Caravaggio o Tiziano que el joven Rubens copió sin parar. Su primera tarea consistió en hacer retratos del duque y su familia, un género que al parecer no le entusiasmaba en absoluto, pero una vez cumplida con nota su tarea, Rubens obtuvo la mejor de las recompensas al conseguir que Gonzaga le mandara a Roma y a Génova para empaparse de otros grandes.

   Entre viajes y estudios de los clásicos, el pincel del joven Rubens fue creciendo, combinando grandes trípticos para iglesias, la decoración de los palacios del duque y alguna que otra obra que revolucionó a unos romanos poco habituados al estilo flamenco. Y gracias a su incipiente tarea diplomática encomendada por Gonzaga, el pintor flamenco llegó a España en 1603 con la misión de asegurar el perfecto traslado de unas cuantas obras de arte para el rey, y una vez en la Península aprovechó para firmar “Retrato ecuestre del duque de Lerma” (1603) o la tabla de “Heráclito y Demócrito” (1603).

   Sin embargo, su patria del corazón seguía siendo Italia, donde tras su primera visita ya había empezado a firmar para siempre como Pietro Pauolo Rubens, pero la enfermedad de su madre le hizo abandonar su paraíso rumbo de nuevo a Amberes, donde, con una próspera situación económica, tras la firma en 1609 de la Tregua de los Doce años que puso fin a las hostilidades entre España y las Provincias Unidas de los Países Bajos, Rubens fue reclamado para realizar grandes obras como el lienzo “La Adoración de los Reyes Magos” que adornó la sala del Ayuntamiento donde tuvieron lugar las negociaciones. Fue entonces también cuando se casó con Isabella Brant, una joven descendiente de uno de los hombres más ricos y cultos de Amberes con la que el pintor tuvo 3 hijos.

   Con su estrenada mujer, Rubens se trasladó en 1610 a un nuevo hogar formado por varios edificios, hoy conocidos como Casa de Rubens, un terreno en el que levantó todo un Palazzo de inspiración italiana con un enorme y luminoso taller, plagado de pintores y discípulos -entre ellos Van Dyck-, que con un auténtico trabajo en cadena lograban sacar adelante la abrumadora demanda de obras del artista. Dicen que, mientras le recitaban a Séneca, Plutarco o Marco Aurelio, Rubens pasaba horas y horas pintando, cumpliendo con los encargos de los ricos mercaderes, y rematando obras monumentales como los trípticos de la catedral de Nuestra Señora de Amberes, “La Elevación de la Cruz” (1610), “El Descendimiento de la Cruz” (1612) y “La Asunción de la Virgen” (1624).

   En 1621, con una fama cada vez mayor, su nombre llegó a Francia, más concretamente a oídos de María de Medici, hija del gran duque de Toscana, Francisco I de Medici y viuda de Enrique IV -rey hasta 1610-, que le encargó 2 grandes piezas sobre su vida y la de su difunto esposo para su palacio de Luxemburgo de París. También en estos años Rubens viajó de nuevo a España, esta vez a Madrid, donde llegó en 1628 para realizar una vez más gestiones diplomáticas, y durante el año que tuvo que permanecer en la capital, aprovechó para entablar amistad con Diego Velázquez, para pintar varios retratos a la familia real, y para recibir el título de noble primero por parte de Felipe IV de España y después por Carlos I de Inglaterra, país que en 1629 le reconoció como Maestro de las Artes por la Universidad de Cambridge.

   Durante la segunda mitad de la década de 1630, la fructífera relación de Rubens con su principal cliente, el rey Felipe IV, llegó a su apogeo con el último encargo de su vida cuando en 1634 el monarca le pidió la decoración de la Torre de la Parada, un pabellón de caza situado en el monte de El Pardo, para el que realizó más de 60 cuadros con motivos mitológicos. Para entonces, Rubens ya iba acompañado de su segunda mujer, Hélène Fourment, una adolescente hija de la hermana de su difunta esposa, y por tanto, su sobrina política, con la que se llevaba 37 años y con la que llegó a tener 5 hijos, naciendo el último después de haber muerto Rubens.

   Fue ella la que inspiró su última etapa pictórica. Pintando solo para ella y aumentando sin parar su colección privada, murió a los 62 años de edad, el 30 de mayo de 1640, de un fallo cardíaco motivado por la gota crónica que padecía. Dicen que al fallecer era el pintor más apreciado y mejor pagado del momento, y de hecho, fue enterrado en su propia capilla, en la iglesia de San Jacobo, coronada por un altar que en 1642 fue completado con un cuadro que hizo colgar su viuda: una obra de Rubens de la que dicen era a su vez un discreto retrato familiar, con Rubens como San Jorge, su primera mujer Isabella como la Virgen y Hélène como María Magdalena...

                                        (De Lidia Martín, el 06 de noviembre de 2015)

Referencias útiles:
RUBENS EN MADRiD

¿CUÁNDO? Del Viernes 06 de noviembre de 2015 al Domingo 31 de enero de 2016, de Martes a Sábado, de 10h a 20h; y los Domingos y Festivos, de 10h a 14h.

¿QUÉ? El principal objetivos de la exposición “Rubens, Van Dyck y la Edad de Oro del grabado flamenco” es dar a conocer la magnifica colección de grabados flamencos del siglo XVII que conserva la Biblioteca Nacional de España, y que nunca se ha expuesto de manera conjunta.

¿DÓNDE? En la Sala Recoletos de la Biblioteca Nacional de España
Paseo de Recoletos, 20-22
28071 Madrid
915 807 800
M Colón / Chueca / Banco de España

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